sábado, 15 de octubre de 2011

La Luna Incómoda


Me perdí en el vendaval del ingenio, de los cauces de ríos perdidos, de los sueños heridos, resentidos.

Me perdí en mares batidos por los rayos del raciocinio. Se crearon oleajes de comunicación confusa, de emocionalidad efusiva.

Me perdí en campos sembrados de Sol amarillo, de miedos por el castigo que nuestro padre impondría con sequías. Me dio miedo su capacidad de tomas decisiones sin escucharme, sin verme. Me dio miedo ser yo quien lo veía por completo, enseguecida por la soberbía de sus rayos. Ojalá no viera nada, pensaba. La conciencia se vuelve una aguja encerrada entre los huesos del cráneo, condenada a la oscuridad.

Fui tan locuaz de mis pesadillas, las deje tomar el camino.

Ahora todo fue destruido, todo quedó con un maullido de fondo que no deja pasar al tiempo, gatos melancólicos en los tejados que el tiempo despintó.

Mis historias se inmolan en mi corazón, se disuelven antes de hacerse palabras.

Pero aun así me esfuerzo y busco verbalizar, busco entonar vocales y consonantes. Sueño con poder afinar ese instrumento emocional, sueño con hacerlo sonar en algún altar de la contemplación. Pero cuando llega la hora de actuar las palabras se me despedazan en la boca, saltan como lava volcánica, se asesinan una a la otra, se vuelven incoherentes, niegan su familiaridad. No esperan a la fotografía del recuerdo. No buscan puntería, solo buscan el impulso de salir. No hay posibilidad de centrarse en la búsqueda de dirección. La confianza se devora a si misma entre tanta necesidad. Confianza y necesidad no son buenas compañeras para dar a luz a las ideas. La confianza necesita un campo abierto para desperdigarse como lluvia de semillas, meteoritos de esperanza que no temen destruirse con los impactos de nuevos mundos; la necesidad se vuelve precavida, implora colchones de endometrio para rozarse en el calor de la sangre que trae el oxigeno de cada día, no quiere mundos inexplorados a los cuales someterse con la posibilidad de extraviar su función que le da identidad. Así en esa transferencia de temores una le cohíbe a la otra su quimera, la vuelve realista, le aniquila su esencia que la mantiene con vida, con conciencia expansiva. La realidad aparece cuando otro aparece con los límites de sus propias fantasías. Y la perversidad de la utilidad de la existencia sigue dejando murmuros de optimismo, de chispa vital, la guía que nos ilumina el techo del infierno, para que podamos seguir el camino y adentrarnos cada vez más en él.

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