Quedaron muchas cosas sobre la mesa cuando la gracia se fue.
Estuve días pensando que hacer con todos esos retratos, cántaros de nostalgia.
Navegué largos cauces de negación por lo perdido, inhalando las esencias que
esos objetos huérfanos le lamentan al aire. Conocí íntimamente a los hilanderos
de mis frustraciones. Padecí escuchándolos, rocé locuras silenciosas, obsesivas
en su perversa sutiliza de
autoconservación. Expandí a mis infiernos hasta que no quedaron más cielos. El
aroma que de las flores surgía como fuerza de su vitalidad, se convirtió en la
pestilencia de la que hablaron sus restos. Pero nunca dejé de observar, nunca
pensé en abandonar la alcoba de la contemplación dramática, nunca dejé de deleitarme
en lo efusivo de cada escena. Y en esa voluntad de pertenecerle a las circunstancias,
llegue a convertirme en el mago que puede alquimizarle el sentido a los elementos que
el destino le pone en su mesa. Arrojé mis antiguos ropajes, me hipnoticé con
los símbolos que habitan en los colores de mis nuevas vestimentas. Jugué hasta
perder el eslabón que representa a la conciencia, la encargada de la eterna condena a la
percepción de lo conocido, de lo estimable hasta el hastío. Las antenas que
erguía mi antigua prevención afectiva, sumaron el talento de la receptividad
para escuchar a las ansias de dirección que susurra la nueva vida. Y yo sé que
no puedo quedarme sola otra vez. Ignorando las voces de los que me acompañan,
forzando sus deseos a la realización de los míos, perdiendo velocidad por el rozamiento
de sus negaciones. Esta vez tengo que ir
tan lejos, que tengo que ir acompañada por la complicidad de mis sombras. Mi
corazón orquesta con sus latidos a esta naciente opera, encuentro de agudos y
graves, se adueña de la distancia que los separa, les quema sus kilómetros en
una continua resonancia, lluvia de espejos con distintos reflejos.
Entre tanta inspiración mi mesa ya no es el muro de los
lamentos con los cuales atraigo a la culpa, vampireza de la virtud que trae la
insurrección de los modernos ciclos. Ahora lo que era el preludio de mis peores
pesadillas, se convirtió en el laboratorio de ensueño dirigido. Mi campo de
acción preferido, la hoguera de los miedos que no se animan a esculpir sus
colinas. Ahora voy a quedarme en el pico de esas montañas, dentro de sus
sombreros de nieve. Me voy a helar hasta congelar la sangre, hasta asustar al
corazón. Voy a llamar a la muerte hasta conocerle la cara. Voy a tentar su
aparición hasta agobiarla, hasta que crea que soy digna de indiferencia. Allí,
en ese momento fuera de lo establecido por mi cordura más tirana, voy a conjugarme
con ella, voy a perder la
sobrevaloración de mi muerte. Voy a liberarme de lo límites de la carne
temerosa. Voy ajustarme a otra ley, para volver a romper, y reencontrarme con la
nueva función de alguna vieja herramienta de mis pulsiones.
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