sábado, 14 de julio de 2012

L'hermite

La soledad en la montaña. La nieve intuye esta osadía desde el cielo. Esta osadía de existir, sin nadie más alrededor. Esta fuerza sacada de las mil noches de dolor y de terror. Cansancio y sacrificio, te falta el oxígeno. Podés levantar tu mirada pesada, pero solamente para obsevar, la enorme distancia que te separa de tu meta. Todo separa, todo aleja, todo es rígido y solemne en sus límites. Si algo no soy yo, la eternidad de cada alma nos distancia. No podemos tocarnos más que en este molde espiritual de tierra y tacto, más que en este plagio que se robó el tiempo, que ultrajó a la esencia indivisible. Pero aquí nadie cree en esos rumores de fusión divina, de la que se fió tu ilusión. Tu ilusión acá no tiene lugar, sus raíces están podridas, desaparecidas de la vida. Sus restos son sólo olores que zumban colores en tu memoria, en tus anhelos infantiles. Son pequeñas voces agudas martirizantes, que respresentan la posibilidad de abrirle la puerta a la locura. Si las escuchas, entonces no podrás seguir, si las escuchas, inevitablemente pararás, y si paras, sin duda te congelarás. ¿Pero dónde están los demás? Siento que los necesito ( ¿mi necesidad y amor en verdad son sólo miedo?). Estoy segura que si existen, estoy segura que si están. Siento sus presencias, pero no veo sus cuerpos. Probablemente estén escalando otras montañas, sus propias montañas, seguro están allí, pero lejos, siguiendo sus propias metas, en el intento de alcanzar sus propias cimas. Nadie me acompaña en esta escalada, a nadie le pertenece esta cima. Sólo da conmigo, y con mi destino. Sólo yo tengo este camino. Estoy desprendida de todos lo demás, estoy aislada en el monocanto de mis propias tonalidades, de mis propias percepciones. Macero la angustia de mi destierro inexorable. La moldeo como a un cristal de hielo en mi corazón, espejando el paisaje disfumado a mi alrededor. La nostalgia de el útero caliente, hierve en las lágrimas que me niego a soltar. No puedo correr el riesgo de dejar salir a mi dolor, de convencerme con la sugerencia de que algo mejor existe. Nada más existe en verdad. Nada más que esta dictadura de nieve, que este azote por permanecer, que este reloj déspota como brújula, como sentencia inapelable, que decide el sendero. Estoy atrapada en los designios de una crueldad inexplicada. Estoy atrapada en las cadenas de la obediencia, súplicas de supervivencia.
No es mi decisión, es mi destino. Si al menos uno entendiera la palabra destino, además de nombrarla constantemente, si uno verdaderamente pudiera morder su real significado y no sólo difamar términos anónimos, vacíos de voz, de contenido, de néctar vivo. Pero sin duda tenía que ver con la caída de una intención superior, en un casillero inferior, en una encarnación. ¿Para qué? ¿Hacia dónde voy? ¿Nunca he conocido mi destino final? ¿Qué, quién me arrastra? Esas preguntas surgen como burbujas calientes en medio de la oscuridad helante. Es inevitable que las piedras ancestrales de mi interior, envíen a sus heraldos de deseos, a sus mensajeros del volcán. Vienen y revolucionan con sus intenciones, vienen desde lo lejano montando al enojo y a la ira, vienen con tanta potencia acumulada, que es aterradora. Siento esa transfusión vibrante y encendida, proveniente del ardor de mis adentros más profundos. Estoy aguijoneada por sus fuerzas, estoy aletargada por sus venenos, por sus impulsos. Pero no sucumbo, los trago con cada bocanada, con cada ola que rompe en mi garganta, lesionando los tejidos de mi voz. Estoy muda, no tengo nada que decir. El silencio frente a la muerte da sus primeros pasos en lo invisible. La hipótesis de la muerte es una incógnita que palpita en cada paisaje de este escenario gris y gastado, abrumado, aburrido, descalificado de vida. Aún así, no cedo, soy inmutable. Soy una armadura de deseos aniquilados, un muro deslizante de resistencia. El blindaje para el tren del tiempo que se sustituye a si mismo. Yo soy una porción perenne en ese tren eterno. Y mi sacrificio es el aceite que alivia a sus motores, es el carbón que se hace vapor y se pierde en lo inmenso, es el maquinista y sus pasajeros. ¿Quién soy yo en todo esto? La respuesta, parece ser un aire inasible que habita en la cima a la que no sé si llegaré.

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