miércoles, 11 de julio de 2012

Zapatos en el infierno

A veces creo que mi existencia es una válvula cerrada, que esconde una intensidad desconmesurada. Y todos mis escritos, mis actos, mis decisiones en general, no son más que un vano intento de fisurar aquella soldadura, para deshacerme de tanta presión, de tanta carencia de interpretación, tanto caos y fuerza emocional. Soy la guardiana de un infierno que no deja de arder, de explotar océanos de sangre, de explotar un metal orgánico líquido que puede asfixiarte con sólo tocar el aire en el que estás. Este submundo, descansa en un lugar que yo no conozco en absoluto, que tampoco intuyo. Es un espacio ciego, una inmensidad vedada pero presente. El reverso de un agujero negro, un big bang quizás. Un big bang tras las rejas de mi escasa percepción. La ardua tarea de domar esa fiera salvaje, del tamaño de la furia del universo, me la han encomendado. Me la han enviado impresa en los huesos, como un tatuaje kármico que no puedo borrar, que no puedo dejar de ver y recordar. Pero... ¿domarla? ¿Es eso posible?. Soy un principito de manteca en medio de una galaxia de carbón ardiente. ¿Soy una misión imposible?. No lo sé, pero si estoy segura que si alguien sacara la selladura que bloquea su súbita aparición, el mundo estaría arrastrado de los peores males: lluvias de veneno, nomos ahorcadores, luciérnagas come ojos, espejismos de fantasmas que invitan a bailar en la eternidad hasta morir, y recusitar, para volver a morir, en un salón de oro derretido con cortinas de lenguas secas y pisos de ceniza congelada. Monstruos te arrancan los zapatos, mientras muerden y chupan la sangre de los pies. Muñecas de trapo del tamaño de una orca te cantan villancicos mientras te encierran en sarcófagos de huesos y vómitos petrificados, con gritos de fetos descontentos. Y así, todo ese imperio de horror, toda esa fábula, ese libro de cuentos, vivo e insatisfecho, me empuja y consume mis deseos. Me intimida y me acosa. No puedo expulsarlo, no puedo vomitarlo. Debo tragarlo. Quemar páginas del horror con cada parpadeo, con cada expiración. Mantener la cerradura, mientras mi corazón es acosado y devorado por buitres, espasmos de ardor, ondas expansivas de dolor, que quiebran a la fe y a la belleza. Mar de astillas en el que he quedado sumergida. No me queda otra. Mostraré mis dientes.

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