martes, 2 de octubre de 2012

Puente

El océano está detrás de mi. Siento sus olas como un pesado y denso zumbido detrás de mi cabeza. Mis ojos nunca pueden alcanzarlo, mis manos nunca pueden agarrarlo. Soy las orillas, soy el receptáculo al que llegan sus memorias, los residuos reciclables del tiempo. Estoy húmeda y salada por lo que trajeron sus vientos, distancias compactadas, notificaciones de la ancestral multitud. Mis interpretaciones se frustraron, mis ingenios por comprenderlo fueron piedras arrojadas a la garganta del vacío. El sigue mutable y caótico detrás de mi, haciéndome intuir su sonrisa de voracidad. Es como una rosa que desprende pétalos infinitos. Sus colores y olores toman forma en mi camino, estoy eclipsada por todas esas maniobras. Tengo que destrabar al aljibe, sacar la última cubeta de agua y esparcir su fuerza por los campos desconocidos. Me adentro en la pradera del desasosiego, mi corazón va quemando las vendas que tapan mi visión. El inexplicable brío de mi sangre es el caudillo de mi armazón de plumas. Me elevo con las alas de mis creencias. El puente aparece después del salto. El puente es mi trato de fe con el precipicio. 

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