miércoles, 11 de julio de 2012

La gota es la próxima gota

La aguda tristeza de los violines suena en esa cueva moderna. Las pinturas paleolíticas, intención de soldar belleza del viejo hombre, se hicieron invisibles en el aire. Estallaron como bombas diplomáticas, heraldos de los nuevos tiempos. Yo estoy acomodada en mi silla de plástico, compilado de hidrocarburos, inteligencia en diseño y manos hambrientas. Todo el pasado conspiró para que esta burbuja de tiempo y espacio, de irremediable próxima disolución, se elevara en la parcela teatral de la existencia. Yo estoy tan despierta frente a todo esto, me escondo detrás de las cortinas púrpuras de aquel escenario. No puedo más que sentirme libre y feliz. Los candados de la angustia están en el suelo, los miro de lejos como a viejos fortines de hojalata. Quedaron deshabitados. Levito con la música y sus historias. Mi identidad se resquebraja por la cortadura de las notas, sutiles cuchillos de suave filo. Me voy despedazando en mi peregrinaje entre valles y colinas. Hay una águila que guía. Y me anexo al compás de su alas, voceras de su corazón. Ese águila que va dejando las pistas de su intuición en el cielo. Y yo aprendo. La fe roja tiñe su sangre, ella es mi maestra ahora. Estoy en las vísperas de lo que estuve esperando. Es la cima de la montaña onírica, que ha crecido, y ha cruzado el umbral, se ha convertido en realidad. Pero sé que yo no soy dueña de este paisaje salpicado de sensaciones de felicidad y emancipación. Mi alma es un traje sin bolsillos. Mi costura a este mundo es perecedera, es fugaz como la gota de lluvia que cayó sin protagonismo en la tierra. Y soy la próxima gota que caerá, y también la próxima, y la siguiente. Y así me convierto en la lluvia misma. Y soy la música que produzco con los choques de mis gotas, y seré también los oídos que me escuchan. Y seré la tierra húmeda, y seguro seré los frutos que absorbieron el agua que fui. Y así seré todo, y no seré nada. Siento el gozo.

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